lunes, 12 de octubre de 2009
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martes, 22 de septiembre de 2009
BILL BERSTEIN III
- Güisqui gracias.- Sirvió una copa generosa de una botella de cristal tallado.
- No sabe lo que le agradezco que me haga compañía por unos días. Espero que no sea un inconveniente para usted.
- No,
en absoluto. Soy viajante, y aunque no suelo llegar hasta Bay City
he pedido permiso a la central.
- Espero entonces que tampoco sea un problema para su esposa.
- No se preocupe, no estoy casado. Con la vida que llevo no tengo tiempo para conocer a nadie.
- Ya imagino.
- Entonces, ¿qué puede contarme de mi marido?
- No sé. Creo que no mucho más de lo que ya le conté. En el instituto, en New Country, éramos buenos amigos. Jugábamos al fútbol, perseguíamos a las chicas, ya sabe, lo que hacen los adolescentes.
- Mi marido no hablaba demasiado de aquélla época. Era algo que le incomodaba. Ayer encontré una foto de su equipo de fútbol, de cuando ganaron la liga. Y no me suena que esté su cara.
- Sí, lo recuerdo, es del último curso. Yo me pase todo el año lesionado, y me sacaron del equipo.- me subí la pernera del pantalón- Ve esta cicatriz. Me tuvieron que operar varias veces por una fractura múltiple. Tengo dos clavos que me ayudan a andar.
- Vaya, lo siento.
- Tal vez tenga usted más cosas que contarme acerca de Christopher. Desde que dejó New Country para ir a la universidad no sé mucho de él. Sólo tuve noticias de que se casó con una hermosa mujer.- Sonrió tímidamente.
- Pues creo que no hizo mucho más. En los últimos años no paraba de trabajar en el bufete. Apenas pasaba por aquí para dormir. Levantar ese bufete le ocasionó muchos menos esfuerzos. Era muy ambicioso, aunque eso ya lo sabrás. Quería llegar a tener el bufete más importante de la ciudad, del estado. Representaba a las empresas más importantes, y estaban a punto de llegar a un acuerdo para extenderse por todo el país. Ahora no sé qué va a pasar. Los otros dos socios de Chris son buenos, pero era él quien atraía a los clientes importantes. Imagino que todo se irá a la mierda.
- Vaya, sí que es una situación delicada. ¿Cree que alguien pudo tener algo que ver con el accidente?
- Si
me preguntas si alguien tenía interés en matarlo, pues sí. Y la
mayoría estaban hoy en el funeral. Le he dado muchas vueltas a eso,
y la verdad que no sé cuál sería el peor de todos.
- ¿Quién ha salido más beneficiado de todo este asunto?
- Pues
mira, por un lado están los dueños de Morgan&Standley. Eran la
competencia directa de mi marido. Por otro lado un consorcio de
empresas, cuyo representante es Raimond Chantler, que se quedarían
sin la representación legal de mi marido tras la firma del acuerdo
con las multinacionales. Sus asuntos pasarían a las manos de
jóvenes abogados, aunque siempre dentro de nuestro bufete.
- En cualquier caso me niego a creer que nadie sea capaz de hacer una cosa así. Tanto la policía como los agentes del seguro están de acuerdo en que fue un accidente. La investigación de un posible homicidio es mera rutina. No quiero pensar que alguien ha matado a mi marido. Ahora que soy dueña de su parte de la empresa podrían venir a por mí. En parte por eso le invité a venir, me siento más segura con alguien en casa.
- Gracias,
y no quiero alarmarla, pero es más que probable que alguien haya
provocado el accidente. Imagino que necesitó algo de ayuda para
salirse de la carretera. Chris la conocía bien y no volvía tarde a
casa, lo cual era una excepción por lo que me ha dicho.
- Sí, en los últimos meses trataba de no estar tanto en la oficina, aunque la preparación del acuerdo le llevaba mucho tiempo. Ese día me llamó antes de salir, estaba emocionado porque habían dado un paso muy importante para cerrar el trato. Quería que fuéramos a celebrarlo.
- Vaya, qué lástima. ¿Quién tenía acceso a los coches? Imagino que alguno de sus empleados hará las veces de mecánico.
- Pues sí. Pero no creo que él....
- No sé, es sólo una posibilidad. No soy detective, pero no creo que fuera difícil de sobornar si le pagaran bien. En cualquier caso es algo bastante rebuscado ¿no cree?- Soltó una risita.
- Me parece mentira poder reírme de esto.
- Tampoco será malo si le ayuda a sobrellevarlo. No se preocupe Elisabeth.
miércoles, 26 de agosto de 2009
DOLORES
Tal vez por esta razón decidí estudiar enfermería. No tenía una vocación sanadora, aunque tampoco todo lo contrario. Alguna vez vi muertos en la morgue, pero aquéllo no me removió nada por dentro. Con esto quiero decir que no soy un asesino, no disfruto arrancándole la vida a un ser humano; disfruto aplicando ciertas dosis de dolor. Por eso solicité mi ingreso en el hospital donde los casos por apuñalamientos, contusiones, heridas de bala, accidentes de tráfico y todo tipo de heridas sanguinolentas tienen la mayor tasa de ingresos de la ciudad.
Una vez me tocó atender a un hombre al que dispararon en un brazo. Aquéllo fue un regalo de los dioses; fui el encargado de limpiar su herida no sólo en su ingreso, sino todo el mes que estuvo de recuperación. Tuve que ir acomodando mi horario a sus visitas, y el día que no podía atenderle me lo pasaba comiéndome las uñas esperando que llegara cualquier persona a la que dañar. Esos días era especialmente peligroso. Recuerdo a una pobre anciana a la que tuve que pinchar siete veces en el mismo brazo porque “no le encuentro la vena señora, ¡por favor estese quietecita!”. Reconozco que podía ser un poco borde cuando andaba con el mono.
Disfrutaba especialmente de las heridas abiertas, no sé si ya lo comenté. Esas heridas que deben curar por segunda intención. Prefería ver sufrir a los hombres, cuanto más grandes y fuertes más importante me sentía. La verdad que tiene gracia ver a un tiarraco de metro noventa salir llorando de la enfermería.
- ¿Seguro que tiene que apretar tanto la herida? Sus compañeros tienen algo más de tacto ¡aaaaaaarrrrrrrrggggggg!
- Estese quieto hombre, que no es para tanto. No ve que si se mueve es peor. Además, estas heridas deben limpiarse bien, si quedase cualquier resto se pueden infectar y entonces sí que lo pasará mal.
- Ya pero, a lo mejor no es necesario frotar con tanto entusias...¡moooooooo!
Me encantaba cortarles las frases. Debía aprender quién tenía el poder. ¿Pero cómo se atreve a decir cómo tengo que hacer mi trabajo? Con esta gente me cebaba, si es que se lo merecían, joder.
Había muchos casos de apuñalamiento. Recuerdo uno de ellos especialmente. Era un yonki al que habían dado un buen tajo en el estómago. Esas heridas son de las que duelen, sobretodo porque se la hicieron con un hierro oxidado, y el yonki vino al hospital dos días después del incidente. La herida había empezado a gangrenarse, estaba llena de pus y el corte era feo e impreciso. Me deleitaba con estas cosas. Ver la carne rasgada e infecta era uno de mis pasatiempos, podía quedarme absorto durante horas. Por esta razón solía tardar mucho con cada paciente, tenía que disfrutarlos. No me gustaba la sangre, me gustaba la carne putrefacta. Ha habido quien me comparaba con Dexter, el de la tele. Vi un capítulo y no me sentí para nada identificado. Lo mío no es matar. Y tampoco tengo especial predilección por la sangre, como ya he dicho. Lo mío es ver la carne abierta. Los tejidos corporales en descomposición, a ser posible. Una lástima tener que curarlos.
Por eso pasó lo que tenía que pasar. Me harté de tener que curar esas heridas. Quería más. Algunas eran bellas obras de arte infecto. ¿Por qué arreglar aquéllo que es bello en sí mismo? Decidí no luchar contra mis propios principios, y empecé a no curar a mis pacientes. No quería que murieran, de verdad. Sólo quería ver carne putrefacta y escuchar sus gritos de dolor mientras practicaba “mis curas”. Entonces empezaron a acumularse denuncias contra mi, y bueno, ya saben el resto. Ahora estoy ante ustedes pidiendo clemencia. Tal vez no entiendan mis motivaciones, pero les aseguro que no hubo intención alguna de homicidio. Es posible que esté mejor encerrado, lejos de las heridas y mis pacientes. Pero si eso ocurre me matarán por dentro. Sólo quiero que entiendan lo que me movió a hacerlo, que era más fuerte que yo. Un deseo incontrolable que te come las entrañas. Lo necesito para vivir señores del jurado. Muchas gracias.
lunes, 3 de agosto de 2009
BILL BERSTEIN II
- Soy Bill, un viejo amigo de su marido. No sé si alguna vez le comentó. Nos criamos juntos en New Country.
- Muchas gracias por venir desde tan lejos.
- No hay de qué. Siento mucho su pérdida.
- Gracias.
viernes, 15 de mayo de 2009
Serial por entregas: El detective Bill Berstein
Ese día no fue de los mejores para Bill, tampoco uno de los peores. Su botella de güisqui se había agotado, y la resaca le recorría el cuerpo. Había pasado demasiadas noches intentando escapar de su soledad. La melancolía se apoderó de él en el momento en que se hizo consciente de su propia existencia. Su individualidad le abrumaba.
Desde luego que había nacido para estar solo. Bill era uno de esos hijos de puta con dificultad para hacer amigos. Nunca supe de dónde le vino su carácter agrio y seco. Seguramente algún trauma infantil, o una disfunción cerebral, vete tú a saber. El muy cabrón no hablaba demasiado, lo que ayudaba a acrecentar su problema. Eso sí, cuando lo hacía era porque realmente era necesario; y encima solía tener razón. Todavía no entiendo porqué me acercaba a su despacho cada mañana y le ayudaba a lavarse y estar presentable para su clientes. Nunca me dio las gracias por nada, pero yo seguía haciéndolo como si con eso fuera a conseguir algo en otra vida. “Las buenas acciones no quedan sin recompensa”, decía mi madre.
Aquélla mañana, como cualquier otra, Bill se despertó de muy mal humor. Que se le acabara el güisqui no ayudó. Para desayunar tomaba siempre un chupito o dos de güisqui. Siempre era güisqui de calidad, de más de 3 pesos el galón. Bill era así, y hay que quererlo como es. Sino más te vale alejarte, correr y no mirar atrás o acabarás como yo, en el mejor de los casos.
Algo flotaba en el ambiente, era un perfume sensual. Algo bueno iba a pasar, lo presentí. Y ya era raro porque en nuestras vidas no sucedían estas cosas. Sentir que algo bueno se acerca me ponía los pelos de punta, uno no está acostumbrado a estas sensaciones. La piel se te vuelve áspera y callosa cuando la vida te trata a palos. “Más te vale estar prevenido, porque la vida es una perra ramera”, decía mi padre.
La oficina olía a una mezcla de humedad y alcohol, con una extraña espesura en el aire que lo hacía casi irrespirable. Que el sol hubiera estado calentando la habitación toda la mañana no ayudaba. ¡Ostia puta! Bill se ha vuelto a mear encima. Ahora tendré que cambiarle. Esta es la parte que más asco me da de mi trabajo. Siempre me pareció repugnante ver a otra persona desnuda, y más si esa persona pesa ciento cincuenta kilos. De todas formas sé que seguiría haciendo esto aunque Bill no tuviera un peso. Él me pagaba porque no le gustaba que los demás sintieran lástima de él; aceptar la caridad ajena no es una de sus virtudes.
Bill siempre se dedicó a lo mismo. Decía ser investigador privado, aunque la realidad era que fue un investigador en otro tiempo, cuando la barriga y las canas aún no le habían empezado a asomar. La muerte de un niño fue lo que le llevó al estado en el que se encuentra hoy día. Era un caso complicado, de adopciones falsas y tráfico de órganos. Se salía del perfil de Bill, véase: morosos, estafas a seguros, infidelidades conyugales. Verse implicado en semejante escándalo no le ayudó en su carrera. Y ahora está ahí, cansado y mortecino; haciendo de matón en el mejor de los casos, trabajando para aquéllos a los que antes ayudaba a encerrar.
Pero esa mañana parecía diferente. Una vez limpio y aseado volvía a tener un aspecto decente. Al menos suficiente para que una mujer esbelta y elegante se atreviera a confiar en él. Aquí llegaron los vientos de cambio, de nuevo la esperanza. Recuperar la ilusión por vivir un poco más, llegar al desayuno del día siguiente, eso es lo que Bill había perdido. Eso es lo que podría recuperar si aprovechaba la oportunidad.